OPINIÓN

Políticas audiovisuales en LatAm

Ralph Haiek, expresidente del INCAA de Argentina y ejecutivo de gran trayectoria en la industria de la TV paga y medios en general, analiza las polícas de fomento de las producciones audiovisuales en la región. “Seguimos dando las mismas respuestas, cuando las preguntas son otras”, asegura.

 

El año pasado tuve la oportunidad de conocer la ciudad de Medellín y toda su transformación cultural, que terminó con el estigma de ser la ciudad de los narcos. Fui invitado a una cumbre del conocimiento y recorrimos la ciudad capital de Antioquia.

 

Cuando hablé con el, en ese momento, alcalde de Medellín, Federico Gutiérrez Zuluaga, sobre mi paseo por la plaza Botero, me compartió la siguiente reflexión: “Yo puedo instalar en la mejor plaza las mejores esculturas, pero si no logro que además el público las admire, fallé”. Esto significó darse cuenta de la necesidad y la utilidad de las políticas culturales.

 

Si trasladamos linealmente el concepto a la política de fomento del cine en Latinoamérica, reemplazamos las plazas por las salas de cine y las esculturas por las películas subsidiadas (por los institutos de cada país), podemos comprender cuál es nuestra falla actual: mientras año a año crece la cantidad de esculturas que se exponen, cada vez hay menos plazas para una cantidad de público estable.

 

La época de oro del cine con salas desbordadas de público como la plaza Botero, en la actualidad, se convierte en una demasía de películas, dispersas en pocas plazas en donde no encuentran su público.

Cuadro Introducción 1. Panorama cinematográfico en Iberoamérica

En Iberoamérica se estrenaron 912 películas en 2019 (la gran mayoría subsidiadas) en salas de cine. El 10% de esos estrenos explican el 90% de la recaudación total. Por ejemplo, en el año 2007 en Argentina se producían unas 60 películas al año, y en 2019 se estrenaron 230, con un factor comercial negativo: se estrenaron al menos cuatro películas por semana, con lo cual hay un efecto de canibalización.

 

Y el factor económico negativo es que los fondos públicos (en este caso, del INCAA) se mantuvieron constantes, lo cual significa que una película subsidiada hoy en día recibe cuatro veces menos recursos para su producción.

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Los medios

Desde el punto de vista de los medios, cuando la TV local era la única pantalla, era un aliado tanto en la promoción así como posible financista y/o comprador de películas. En este sentido, en muchos países había también políticas de cuota de pantalla que obligaban a las señales panregionales a programar esas películas. Siguiendo con la metáfora, ¡había mentores para la presencia de las esculturas en las plazas!

 

Pero hoy día este panorama favorable se complejiza, y a las plazas locales se le suma un competidor aggiornado: el streaming, que ha creado una plaza global y conveniente que las más diversas audiencias han adoptado. ¡Y poderoso! Con el suficiente músculo financiero para adquirir películas que van directamente a sus plataformas, sin pasar por las salas.

 

Peor aún, estas plataformas ofrecen series cuyos episodios son una competencia “desleal” a las películas por la calidad de producción (que hay que decirlo, muchos directores y showrunners vienen del mundo del fílmico) y porque el tratamiento del guion, junto a la duración corta de cada episodio, permiten el binge-watching (maratones de series).

 

A lo que finalmente se suma la obsolescencia del método con el que cada país regula la obligatoriedad de presencia de contenidos locales. Para empezar, las plataformas programan de acuerdo a los datos y para toda la región (por ej., en Europa se impulsa una cuota europea de todo el catálogo). ¿Y en Latinoamérica? Se insiste en cada país en cuota pantalla para la ficción en TV y para señales de cable (la mayoría panregionales con las dificultades de implementar requisitos de cada país). Por otro lado, el consumo en plataformas hoy es mayoritariamente de series, y minoritariamente de películas.

 

Creadores de contenidos

Desde el punto de vista de los creadores de contenidos, somos una región con una amplia presencia de escuelas de cine, las cuales cuentan con miles de estudiantes. Además, con las posibilidades que ofrecen la tecnología y las redes, se ha democratizado la creación y publicación de contenidos, lo que implica que cada vez haya mayor cantidad de guionistas y realizadores que entienden cómo contar sus historias (storytelling) a un target preciso a través de los medios sociales como Vimeo, YouTube, Facebook, Spotify…

 

El público

Por último, lo más importante, el punto de vista del público. La pandemia, y sobre todo el confinamiento, han producido un aceleramiento cultural en el mundo audiovisual con la adopción y vorágine de más audiencias consumiendo contenidos. Es decir, la oportunidad es que nuestro playground está en franco crecimiento.

 

Es verdad que los primeros beneficiarios son las plataformas globales de suscripción: Netflix, Amazon, Paramount+, Disney+… y los medios sociales Facebook / Instagram, YouTube, Tik Tok... pero antes “pescábamos en la pecera”, y ahora ese universo se amplifica y la potencialidad existe: economía de la atención mediante, el desafío es entender cómo conseguir que ese público “venga a nuestras plazas a admirar nuestras esculturas”.

 

Con este panorama, volviendo a las políticas audiovisuales, está claro que un sistema que fue virtuoso y ha dado grandes méritos mundiales a nuestra región, hoy está fallando. Seguimos dando la mismas respuestas, cuando las preguntas son otras; sea porque se legisla para el ayer (películas en salas), o por la definición egocéntrica de cultura (como un espacio de pocos para pocos), pero sobre todo porque quienes gestionan están alejados de la realidad (o la burocracia no les permite ocuparse de ella).

 

Uno de los grandes activos de Latinoamérica es nuestro talento (todos los talentos: técnicos, actores, directores, guionistas, productores). Pero nos encontramos que los Estados siguen subsidiando lo mismo que hace 50 años (y lo que los funcionarios alejados de la realidad creen que es lo que hay que subsidiar) mientras que el hábito de consumo de los espectadores ha cambiado profundamente. Con lo cual las producciones que los Estados (o sea los ciudadanos) apoyamos, no encuentran sus “plazas Botero”.

 

Este es un llamado a advertir los problemas que genera dar las mismas respuestas a nuevas preguntas; no a desmerecer lo pasado, sino a que un Estado proactivo ayude a ampliar el campo de acción, admitiendo a todos y todas las que tengan historias que valen la pena contar, para que lleguen a una audiencia ávida de recorrer y admirar esos contenidos.

 

Esa misma dinámica tendrá su derrame en nuestra cultura, en la generación de trabajo calificado y en la exportación de productos de alta calidad que generen el ingreso de divisas.

 

Como sucedió y sucede en Medellín.

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Ralph Haiek