Quienes nacieron antes de los ochenta vivieron en un entorno audiovisual simple, pero limitado. Apenas cuatro canales de TV abierta (en CABA), al que podía sumarse una precaria señal proveniente de La Plata. No había streaming, ni DVD, ni VHS. Las películas, si eran recientes (y no tanto) se veían en los cines y no había más.
La cosa comenzó a cambiar en aquella década, con la llegada de la TV por cable, un servicio que se distinguía por ofrecer apenas un canal adicional mayormente de películas, pero sin cortes comerciales, y una calidad de imagen que no sufría con las interferencias típicas de una señal inalámbrica analógica en áreas muy edificadas. La oferta del cable fue creciendo, sumando canales, aunque volvieron los cortes publicitarios que parecían desterrados.
Y con este crecimiento se dio también una expansión territorial notable. Así, durante los noventa, Argentina era uno de los principales mercados mundiales de la TV paga por cable, a pesar de no estar entre los más poblados. Hasta que llegó Internet. O para ser más precisos, hasta que se popularizó la banda ancha. Y un día, allá por abril del 2005, un video bastante simplón fue el puntapié inicial de una tendencia que cambiaría radicalmente el negocio audiovisual. Había nacido YouTube.
La llegada del video a Internet trajo quizás uno de los elementos más disruptivos en todo este asunto: la escisión del contenido de la red. Ya la oferta no se limitaba a lo que ofrecía el proveedor de TV paga a través del cable o del satélite, sino que todo lo que estaba en Internet era técnicamente alcanzable. Esto fue lo que dio lugar a las OTT, que puede ser tanto un YouTube como un Netflix. Fue justamente el éxito de este último lo que llevó a que otros, que a diferencia de Netflix estaban bien arraigados en el negocio de la TV paga, salieran a imitar su modelo SVOD (Subscription Video On Demand). Por supuesto, los modelos de negocios se fueron diversificando y hubo que aprender nuevos acrónimos: OTT, SVOD, AVOD, vMVPD (Virtual Multichannel Video Programming Distributor) y otros.
Poco a poco, lo que parecía ser el nirvana audiovisual se está convirtiendo en un espacio abarrotado y confuso, con diversidad de abonos, apps, contenidos e interfaces y servicios no siempre compatibles con las diversas plataformas de Smart TV. Por un lado, están los SVOD generalistas globales o regionales como Netflix, Prime Video, Disney+, HBO Max, Paramount Plus. A ellos se suman SVOD locales como Cine.ar (gratuito, aunque hay que registrarse), algunos de nicho, como Qubit, Europa+, AcornTV, y la lista sigue.
Esta atomización de oferta termina siendo confusa para los consumidores, que ahora necesitan una reedición de la vieja TV Guía para saber cuál de las plataformas dispone del contenido que se busca. Y económicamente, aunque se trata de productos accesibles individualmente, en la medida en que se van agregando servicios su costo equipara o supera al de un abono de TV paga. Además, hay que sumarle el costo de la conectividad, o al menos de los Mbps adicionales para poder streamear con uno o más usuarios simultáneos. De esta forma, uno de los atractivos iniciales de las OTT se está esfumando.
Mientras los SVOD iban creciendo en abonados y contenidos a lo largo del mundo, los operadores de TV paga respondieron con sus propuestas de TV everywhere. Se trata básicamente de tener acceso a la grilla a través de Internet, agregándole interactividad y consumo a demanda, desde cualquier dispositivo digital apto (PC, SmarTV, reproductor multimedia, smartphone, tablet). Así, el contenido lineal de la TV tradicional se puede consumir de formas no tradicionales (interactiva y bajo demanda) al tiempo que se mantiene el diferencial de algunos contenidos, principalmente los deportes. Claro que este modelo sigue exigiendo la contratación de un abono de TV paga con la infraestructura necesaria (sea cable, DTH o alguna solución inalámbrica). No obstante, estos productos de TV everywhere se están emancipando comercialmente de la red y comienzan a ser ofrecidos a quienes no son clientes de TV paga. Es lo que está haciendo Telecom con Flow Now, Telecentro con T-Play o DIRECTV con DIRECTV Go.
Por su parte, empresas como Movistar y Claro están madurando estos productos, que hoy funcionan como TV everywhere. Una de las ventajas que tienen las propuestas de vMVPD es que todos incluyen deportes, un contenido que en muchos casos actúa como factor de retención para clientes con intención de dar de baja su servicio de TV paga.
Una de las principales diferencias entre los SVOD y los vMVPD es que mientras los primeros únicamente ofrecen contenidos propios (y a veces licenciados de terceros), los segundos se posicionan más como un supermercado de contenidos, provenientes de diversas fuentes. Adicionalmente, habilitan el consumo de determinados SVOD desde una única aplicación, permitiendo la búsqueda unificada de estos entre las distintas plataformas. También permiten el pago de los SVOD a través de la factura del operador, algo no menor en un país donde hay pocas tarjetas de crédito.
Aunque este escenario de mayor y variada oferta pueda resultar alienante y confuso para el consumidor. Sin embargo, al mismo tiempo es un gran problema para los pequeños cableros. Por un lado, porque los SVOD que a su vez son propiedad de las mismas empresas que licencian sus canales a los operadores de TV paga (caso Disney, Warner, etc.) comienzan a privilegiar sus propias plataformas, ofreciendo en estas contenidos que no están disponibles (al menos inicialmente) para quienes fueron y son sus históricos clientes, los operadores. Por el otro, porque ahora también compiten con grandes operadores nacionales de TV paga que pueden llegar a sus clientes a través de los vMVPD, sin necesidad de invertir en infraestructura física para la distribución de sus contenidos. Si a todo esto se le suma la popularidad no solo de YouTube, sino también de otras plataformas como Twitch, TikTok y otras basadas en video, pareciera que, más tarde o más temprano, pasarán a ser esencialmente ISP.
En definitiva, lo que es evidente es que el consumo audiovisual se encuentra en plena etapa de transición entre el viejo modelo y uno nuevo, que por el momento no parece estar del todo asentado. Y que, como todo proceso de cambio, tendrá ganadores y perdedores. Que en algunos casos se vislumbran, aunque todo escenario revuelto puede dar lugar a situaciones inesperadas. La batalla recién ahora comienza a recalentarse.
Por Enrique Carrier, analista del mercado de las telecomunicaciones y nuevos medios y dueño de la consultora Carrier y Asociados